La semana pasada, a mi amigo Martín Paz se le ocurrió traerme un par de tarántulas que había encontrado en el campo.
Sobre el pucho les conseguimos una pecera y para la medianoche ya tenían un par de cucarachas para deleitarse.
Las estuve buscando en la web por largo rato, hasta que encontré sus nombres científicos (Oligoxystre argentinensis). Son unos bichos muy interesantes. En otro sitio recomendaban mantener los espécimenes en habitáculos separados, para evitar que se matasen entre ellos. También aprendí a distinguir sus sexos; ambos eran machos, sus apófisis en patas delanteras y bulbos lo evidenciaban.
Al otro día, antes de ir a la vidriería a comprar el separador, noto que una de ellas ya no se mueve; ni siquiera tocándola. 🙁 La otra estaba chocha, dando vueltas por toda la pecera.
Más tarde, con la ayuda de mi hermano Otto, le pusimos una tapita de agua con un algodón para que tomara agua. Salio corriendo al bebedero y se poso a tomar un rato largo (como acodada en la barra de un bar).
En estos últimos odias estuvo escalando la pecera, y descansando de su anterior lucha descarnada. Pusimos un poco de azúcar para que se alimenten las cucarachas (que siguen vivas y despreocupadas).
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